19 de abril de 2012

Korén (II)


Un líquido cálido y ligeramente viscoso goteaba por su frente. Abrió ligeramente los ojos, pero no era capaz de ver nada con claridad. Todo a su alrededor era confuso, todo daba vueltas y no era más que un amasijo de manchas de colores.

Se llevó la mano a la cabeza y notó como sus dedos se impregnaban de aquella sustancia. Llevó los dedos delante de sus ojos y consiguió distinguir un tono rojo oscuro. ¿Sangre?

Athan cerró los ojos con fuerza. Incluso aquel movimiento tan leve le dolió. Ese maldito gorila le había arreado bien fuerte. Respiró profundamente y volvió a abrir un poco los ojos. Esta vez, la habitación no se movía tanto, y los muebles sólo se difuminaban parcialmente. Abrió y cerró los ojos lenta y suavemente varias veces, hasta que su visión borrosa fue sólo un mal recuerdo. Pero la cabeza seguía doliéndole, y el pulso le martilleaba las sienes sin tregua.

Giró la cabeza lentamente, y su cuello le pidió que parara mediante una intensa punzada de dolor. Volvió a la posición inicial, e intentó echar un vistazo desde ahí. La alacena. Mayka estaba en la alacena y ahora… Ahora no. ¿Qué había pasado?

Detuvo su mirada en las puertas del mueble donde vio escondida a su hermana, y aguzó el oído: un silencio sepulcral viciaba el aire. También pudo percibir el olor metálico de la sangre. Súbitamente, los sucesos previos al golpe recibido, empezaron a sucederse a una velocidad de vértigo.

El ataque al poblado. Su padre organizando a los cazadores en segundos. Sus vecinos tratando de huir de hombres armados, o siendo asesinados por ellos. Recordó que tuvo que emplear su cuchillo de caza para ayudar a algunas personas, y para defenderse. Recordó que le costó llegar a su casa. Y a su madre. Al general. La espada. Su hermana.

¿Dónde estaban todos? ¿Qué había pasado? El dolor de cabeza remitió ligeramente, y con sumo cuidado, Athan trató de incorporarse. No sin cierto esfuerzo y sin marearse, logró sentarse en el suelo. Cerró los ojos y los frotó ligeramente con una mano. Notó en ella un tacto húmedo, y miró sus dedos para comprobar a qué se debía. Sí, era sangre. Seguramente el golpe le hubiera causado alguna herida. Palpó su frente y su cabeza hasta encontrarla. Ahí estaba, oculta bajo los mechones que configuraban su flequillo.

Desde el suelo, Athan inspeccionó la sala. Es de imaginar la sorpresa, el horror que se apoderó de él cuando vio que el suelo detrás de él estaba cubierto de sangre: demasiada como para que fuera cosa de una herida como la suya. Su primer pensamiento fue para su madre. Rápidamente, demasiado para la herida de su cabeza, se puso en pie para ver mejor la habitación. Nunca llegó a saber si el mareo fue debido a que se levantara del suelo tan de repente, o a la visión de los cadáveres de sus padres. Su madre apenas estaba cubierta con jirones de su vestido, y abrazaba a su padre. Se imaginó que Deos fue el primero en ser asesinado, y que a Dasha la mataron cuando corrió a abrazarlo.

Athan se tambaleó, y tuvo que apoyarse en la mesa. ¿Qué diantres había pasado allí? ¿Por qué aquellos soldados habían atacado su poblado? No tenía ningún sentido… Eran gente pacífica, jamás había habido problemas con nadie… ¿Qué buscaban esos hombres?
El muchacho desvió la vista hacia la mesa: la capa del general seguía allí. La cogió con repulsión. Pensó en quemarla… y entonces vio un emblema grabado con hilo dorado: un águila.

Era el mismo águila del escudo de la familia real, del rey Aetos, tirano al que todos los poblados debían lealtad so pena de tortura y ejecución. ¿Qué pintaban militares de Korén allí?

Un grito de auxilio le sacó de sus cávalas. Tiró la capa sobre la mesa y se encaminó hacia la puerta. Antes de salir, dirigió una última mirada a los cuerpos sin vida de sus padres, como si se despidiera de ellos.

Al echar un vistazo al exterior, el corazón le dio un vuelco. La mayor parte de las casas habían sido quemadas, y en algunas estructuras se apreciaban aún lenguas de fuego consumiéndolas y terminando de derrumbarlas. Había muertos por todas partes.

- ¡Auxilio!

Athan se apresuró a buscar a la persona que gritaba. Era la voz de una mujer, una voz consumida por el miedo y el cansancio. Sonaba afónica. Quién sabe cuánto habría estado gritando sin obtener respuesta.

- ¡¿Quién eres?! –gritó Athan.

- Por favor, ¡ayúdame!

El chico siguió hablando con aquella persona, siguiendo su voz, hasta que dio con ella. Era Ianthe, una chica de más o menos su edad que vivía junto al pozo. Estaba arrodillada en el suelo junto a su padre. Éste estaba semiinconsciente y gravemente herido, aunque vivo. Eso cambiaría si no lograban cortar la hemorragia de la herida de… Bueno, de lo que fue su mano.

El muñón sangraba abundantemente, y la parte que faltaba estaba a apenas medio metro de él.

- Ve a buscar algo para curarle, yo me encargaré de hacer un torniquete para intentar que cese la hemorragia. Trae vino, vendas e intenta recuperar algunas brasas de las casas en llamas.

Ianthe se levantó a toda prisa y fue en busca de lo que le habían mandado. Mientras tanto, Athan corrió hacia el pozo y desató la cuerda del cubo que usaban para subir el agua. Con ella improvisó un torniquete.

La joven volvió al poco tiempo. Athan la indicó que empapara algunas vendas con vino, y él hizo una pequeña fogata con las brasas. Puso la hoja de su cuchillo de caza sobre las llamas y esperó a que se calentara. Miró a Ianthe con seriedad.

- Le va a doler, pero ya ha perdido la mano, y no hay otra forma más rápida de hacer que deje de sangrar tanto. Vas a tener que sujetarle todo lo fuerte que puedas.

La chica asintió con lágrimas en los ojos. Al poco, Athan le indicó con un gesto que sujetara a su padre. El chico cogió el cuchillo con un paño para no quemarse, y aplicó el filo sobre la carne amputada del hombre. Éste se revolvió salvajemente y gritó tan alto que hubiera despertado a todos los muertos del poblado.

Una vez Athan terminó de sellar la herida, la cubrió con las vendas empapadas en vino, y después aseguró estas con más vendas.

- No puedo hacer más por él, no soy curandero.

- Es suficiente. Gracias…

-Tenemos que comprobar si hay más supervivientes. ¿Tu casa sigue en pie? – Ianthe asintió. – Bien, llevemos allí a tu padre, para que descanse, y luego comprobaremos si alguien más necesita ayuda.

Entre ambos, cogieron al hombre y le metieron en su cabaña. Athan ayudó a su hija a tumbarle en la cama y después salieron a registrar el poblado. Cada uno fue por un lado, con la esperanza de que no todo lo que encontraran fueran cuerpos inertes, o incluso  mutilados.

La visión del poblado, era absolutamente desoladora. Todo estaba sumido en el caos. Tras poco más de una hora buscando, Ianthe y Athan encontraron a una veintena de sus vecinos. Salvo dos niños que lograron esconderse, los demás eran gente herida que los soldados abandonaron a su suerte. Algunos no estaban gravemente heridos, por lo que se apresuraron en ayudar a Ianthe y Athan a curar y socorrer al resto.

Mientras unos rescataban comida de las despensas de las cabañas destruidas, otros preparaban camas en las que aún seguían en pie para poder dar cobijo a los que habían perdido sus hogares. De un poblado de más de doscientos habitantes, aquella noche dormirían allí poco más de veinte. 

12 de abril de 2012

Korén (I)


Un grito de guerra desgarró el silencio de la noche. En cuestión de segundos, las tropas invadieron la ciudad.

Korén fue tomada en apenas una hora. Los guardias no pudieron hacer nada por evitarlo. Ni siquiera vieron venir a aquellos diablos. Habían viajado  de noche, y permanecieron ocultos entre las sombras esperando el momento oportuno. Y vaya si lo encontraron.

Mayka era la encargada de dar la señal. Nadie sospechó en ningún momento de ella, pero tal vez deberían haberlo hecho. Durante años, había vivido para el monarca, pero no por voluntad propia: era su esclava, y su concubina.

***

Cuando sólo era una niña, los soldados del rey Aetos arrasaron su pequeño poblado. Su padre, Deos, era el jefe de la tribu, y había salido a cazar con la mitad de los hombres, incluído su hermano Athan. Cuando regresaron se encontraron muchos de sus hogares envueltos en llamas, su ganado masacrado, sus cultivos destrozados y a todos sus amigos y seres queridos heridos, brutalmente asesinados o intentando huir o esconderse. Sin pensarlo ni un solo instante, arrojaron las presas al suelo y trataron de defender lo que les quedaba. Pero no fue suficiente.

Mientras los demás luchaban fuera y buscaban desesperadamente a los suyos, Athan logró llegar hasta su pequeña cabaña. Allí encontró a un general que había acorralado a su madre en un rincón de la sala. La brillante armadura del soldado estaba impregnada de sangre y suciedad. Su capa, desgarrada seguramente debido a alguna víctima que hubiera tratado de defenderse, estaba sobre la mesa del comedor junto con su espada, también cubierta de sangre. Dasha forcejeaba y trataba de escapar, pero aquél gorila era demasiado fuerte para ella. Al ver a su hermosa madre en aquella situación, la sangre de Athan hirvió de ira y su primer impulso fue coger la espada del general y golpearle con todas sus fuerzas. Pero aquella torre humana le oyó venir, y con asombrosa ligereza en sus movimientos para su tamaño, derribó al chico de un golpe en la cabeza. Athan cayó al suelo, y antes de perder el conocimiento, lo último que vio fue a su hermana pequeña escondida en la alacena.

La pequeña Mayka pegó las rodillas al pecho y se tapó la boca, reprimiendo un sollozo. Su madre gritó al ver a Athan inconsciente.

- ¡Bastardo, hijo de puta!

Dasha abofeteó al general con furia. Éste la sujetó las manos por encima de su cabeza y la empotró contra la pared.

- Te vas a enterar, maldita bárbara.

El general desgarró la ropa de la mujer, no sin que ella tratara de escapar. Ni por un instante dejó de forcejear. Mayka veía, horrorizada desde la alacena, cómo el agresor de su madre la tiraba sobre la mesa y la abría de piernas. Dasha gritaba y se revolvía, y el gorila la golpeó en el estómago. Dolorida, se encogió sobre la mesa al mínimo instante de libertad que tuvo.

- Parece que te gusta hacer las cosas por las malas. Pues bien… ¡Tú lo has querido, zorra!

Cuando la mujer trató de escapar de nuevo, el soldado la volvió a aprisionar contra la mesa.

- Arde en el Infierno, cabrón… -logró articular Dasha entre sollozos.

Le escupió en la cara y, cuando el general iba a tomar represalias de nuevo, dos soldados irrumpieron en la cabaña. Traían a Deos maniatado, lleno de golpes y heridas y con la cara ensangrentada.

- General Isauro, es el cabecilla.

El apelado les miró. Dirigió una mirada desafiante a Deos y cogió con fuerza a Dasha por un brazo.

- ¿Es tu mujer, no? – preguntó, aún sabiendo la respuesta.

La expresión de Deos reflejaba pura rabia, la cual se acentuó al ver a su hijo tirado en el suelo. Isauro rió a carcajadas.

- Pues le voy a dar una lección, ¿de acuerdo?

Deos trató de levantarse y atacar a Isauro, pero los soltados le retuvieron de rodillas en el suelo.

De nuevo, el general tiró a Dasha contra la mesa. Mayka estaba totalmente aterrorizada. No podía hacer nada, y todo aquello estaba sucediendo demasiado cerca como para que bastara con taparse los oídos y cerrar los ojos para no enterarse de lo que ocurría.

Los insultos de Deos no impidieron a Isauro violar brutalmente a Dasha. Una vez hubo acabada con ella, miró a Deos con burla.

- Es para lo único que sirve esa mujerzucha – comentó mientras la obligaba a sentarse en el suelo, frente a su marido, mirándole a los ojos, y lo suficientemente distanciados como para que no pudiera abrazarle con desesperación –, y tú… Si te matara aquí mismo serías más útil.

Arrojó una daga a uno de sus mercenarios y le ordenó que hiciera el resto del trabajo. Mientras uno de ellos sujetaba a Deos, Isauro agarraba con fuerza a Dasha.

- Atenta, furcia. Disfruta del espectáculo.

Tres sonidos se combinaron en aquel instante: el llanto de terror y súplica de la mujer, las carcajadas del general y la daga rajando el cuello de Deos.

Isauro soltó a Dasha, quien se abalanzó sobre el cuerpo sin vida de su esposo. Su hija vio a su madre, prácticamente desnuda y ensangrentada, acunándole en sus brazos, hasta que la espada del general atravesó su estómago.

Ésta vez, Mayka no pudo ahogar un alarido de dolor y rabia. Inmediatamente, los soldados abrieron la puerta de armarito y la sacaron a la fuerza.

- ¿Qué hacemos con ella, señor?

Con pasos largos y pesados, Isauro se acercó a la muchacha. La cogió la cara con una mano y la examinó.

- Apenas tendrá diez años, pero a Aetos le gustará. Y si no, seguro que para fregar sirve. Atadla y enganchad un extremo de la cuerda al ahogadero de mi caballo. ¿Ha quedado alguien más con vida?

- Mujeres, y algunos niños.

-Bien. Atadles a todos. Si el rey no los quiere, los venderemos como esclavos.

Mayka temblaba y lloraba mientras uno de los soldados la ataba al caballo. Isauro, antes de montar, se acercó a ella.

- ¿Creíais que una rebelión bastaría para derrocar a nuestro rey? ¿Creíais que erais más fuertes que su ejército? Ya ves que no, renacuajo.

La niña le escupió en la cara. El gorila apretó los puños y, en lugar de pegarle, acortó la cuerda que la mantenía unida a su montura.

- Ya puedes caminar deprisa.

El general subió a su caballo y le espoleó con fuerza, de manera que éste inició un galope que hacía que la pobre Mayka fuera a rastras detrás del animal.

Todo el séquito siguió al general al mismo paso. Una vez divisaron a lo lejos la muralla, Isauro tiró de las riendas y el alazán aminoró la marcha, obligando a los demás a ir más despacio.

Al entrar en la ciudad, unos guardias cerraron las puertas detrás de la comitiva. El rey les esperaba en palacio.

- Isauro, nunca me defraudáis, amigo. ¿Qué trofeos me traéis esta vez?

- Majestad, como prueba del éxito de la misión, os traigo esclavos y a la hija del cabecilla. Esos bárbaros no volverán a dar más problemas.

- ¿Creéis que saqueando unos cuantos poblados se darán por vencidos?

- Mi señor, confiad en mí. Eran los poblados más grandes, no se atreverán a desafiar nuestra fuerza militar.

Mayka escuchaba con atención. Rápidamente, relacionó las palabras de aquellos hombres con los sucesos de los últimos meses. Llevaba tiempo oyendo a su padre hablar sobre una rebelión, sobre la toma de un castillo, sobre la necesidad de unir a todos los poblados. Deos creía que por separado eran débiles, pero que todos juntos podrían acabar con la tiranía del monarca. Desde hacía unos meses, habían perdido el contacto con algunos poblados. Estaban a varias semanas a caballo, y aquellos que habían ido en busca de noticias, no habían regresado aún.

Según aquella conversación, seguramente esos poblados amigos también habían sido saqueados, al igual que el suyo. Mayka se horrorizó ante la magnitud de la idea: ¿cuántas familias más habrían sufrido como la suya?

- Está bien, Isauro. Pero no debemos bajar la guardia: mantened a vuestras tropas en forma.

-Por supuesto, excelencia.

- Y esa… bárbara, la niña. Ordenaré que le bañen y le den algo de ropa. Mi harén necesita una nueva virgen…

La pequeña no tardó en comprender a qué se refería el monarca. Se dio cuenta de que habría corrido mejor suerte si la hubieran matado como a sus padres.

En ese momento reparó en su hermano. Mientras la desataban y unas criadas la conducían a un ala del castillo, echó la vista hacia atrás y buscó desesperadamente el rostro de su hermano entre los presos que habían traído. No encontró a Athan, sólo las miradas de súplica de algunos de sus vecinos y amigos. Quién sabe si alguna vez volvería a verles con vida, o simplemente a verles.

[...]












29 de febrero de 2012

Cazador cazado.

Los cazadores recorrían el bosque tras el rastro de la criatura. Todas sus esperanzas estaban puestas en encontrarla, en vengar la muerte de todos y cada uno de los aldeanos que habían caído en el último mes.
Pero Ixiar era más lista que ellos. Mucho más...
Encaramada a la rama de un roble, les observaba en silencio. Sonrió con maldad. Un escalofrío recorrió las espinas dorsales de los campesinos; estaban perdidos. Sus únicas armas para defenderse de un ser atroz y sanguinario, eran rudimentarias herramientas de trabajo: horcas, hachas, varas, hoces, alguna daga si acaso. Su arsenal no valía nada en comparación con la fuerza y la destreza de su cazadora.
De repente, el aire se heló. Nada, salvo el crujir de la hojarasca bajo los pies de los cazadores, se oía.
El cazador cazado... una vez más.

23 de febrero de 2012

No mires atrás

La autovía se dibujaba delante del coche mientras la lluvia caía sin tregua sobre el asfalto e inundaba la vía. Detrás de sí, el coche dejaba una estela de gotas de agua que se alzaban al aire e impactaban con el parabrisas del automóvil que le seguía.
Pequeñas perlas cristalinas resbalaban por mi ventanilla, a la par que las lágrimas rodaban por mi cara. No quería irme, definitivamente no quería, pero no tenía otro remedio.
Aquel lugar estaba repleto de recuerdos, demasiados como para poder ignorarles. A cada paso que daba por las calles de la ciudad, su rostro rondaba mi memoria, su voz resonaba en mis oídos y sus manos rozaban mi cuello.
Demasiado tiempo con ella, o tal vez demasiado poco. El caso es que cuando ella decidió acabar con lo nuestro, la ciudad se me echaba encima. Me sentía ahogado en cualquier lugar… Y es que allá donde iba, sus ojos, oscuros, penetrantes, voraces, apasionados, me vigilaban.
Cada banco del parque, cada farola de la plaza, cada andén de la estación de trenes, cada piedra de la orilla del río. Todo estaba impregnado por su aroma.
El aire estaba viciado por su risa, y la luz del Sol estaba eclipsada por su forma de caminar. En aquel lugar, aquél donde fui feliz toda la vida, ahora que ella no estaba a mi lado no podría sobrevivir ni una semana más.
Así que hice las maletas y me alejé de aquel pozo sin fondo. ¿Mi destino? Algún pueblecito del norte, de esos que están perdidos entre las montañas y desde los que puedes oler el mar cada mañana. No esperaba encontrar nada maravilloso, asombroso, despampanante. Sólo quería evadirme de lo que fue mi único motivo para sonreír, y que ahora me estaba devorando por dentro.



Quiero dejar constancia de que este relato es un fragmento que pertenece al comienzo de un relato de mayor extensión, inconcluso. Algún día lo publicaré en el blog, sed pacientes :)

21 de febrero de 2012

La gema de Argaryen

Lîzeth miró a su oponente con soberbia.
- Ni se te ocurra pensar por un sólo instante que vas a acabar conmigo con ese truco de pacotilla.
La hechicera se levantó y sacudió la tierra de su túnica. Valthor era poderoso, pero no iba a dejarle ganar por el mero hecho de que nunca nadie lo hubiera conseguido. Él rió a carcajadas.
- Por favor, hechicera, no me hagáis reír.
Con un movimiento seco de muñeca, lanzó a Lîzeth por los aires y la estrelló contra una pared. Ella, dolorida, volvió a levantarse.
No podía dejar que Valthor se saliera con la suya. No. Eso era impensable. Si el mago llegaba hasta la gema de Argaryen, quién sabe lo que haría con tanto poder en sus manos.
Aquella piedra preciosa concedería un poder tan inmerso a su portador, que sería capaz de destruir el mundo. En buenas manos, la gema era un sustento para Gaia. Cuando el hombre le hacía daño, tomaba energía de la joya para regenerarse. Sin ese pequeño -en apariencia- apoyo, el deterioro de Gaia adquiriría una velocidad vertiginosa.
- Retrocede, Valthor. O…
- ¿O qué? ¿Váis a lanzarme algún hechizo? No me harán ni cosquillas.
Una sonrisa irónica surcó los labios de Lîzeth.
- Ha pasado mucho desde que yo fuera vuestra aprendiz.
Acto seguido, la joven alzó los brazos y creó en sus manos una esfera llameante que lanzó al mago. Éste, que ni por un instante esperaba aquel poder de su ex alumna, cayó al suelo de espaldas.
- Se acabaron los juegos.
La ira rebosaba en la voz del mago mientras se ponía en pie. Ambos combatientes adoptaron una posición defensiva. Lîzeth desafió a su maestro con la mirada.
- Que empiece la batalla.
Valthor agitó su báculo en el aire y una ráfaga luminosa salió disparada hacia la joven, pero no llegó a golpearla: Lîzeth creó a su alrededor una barrera protectora.
- ¿Vas a esconderte detrás de un escudo mágico? Muy valiente, desde luego…
El rostro de la hechicera se tornó sombrío.
- ¡Ya está bien, bastardo! ¡No te harás con la gema!
Lîzeth inspiró profundamente, y toda su aura se incendió. Daba la sensación de que estaba envuelta en llamas. Cerró los ojos y concentró todo su poder en las manos. En menos de un par de segundos, Lîzteh estaba lista para atacar.
Apenas Valthor se percató de las intenciones de su oponente, invocó toda su magia al igual que ella.
Acto seguido, ambos proyectaron el uno contra el otro toda su energía. Los hechizos se encontraron a mitad de camino y se enzarzaron en una cruenta batalla por destruir al agresor.
La expresión de Lîzeth mostraba el esfuerzo sobrehumano que estaba llevando a cabo. Sin embargo, a pesar de lo que pudiera pensarse al respecto, Valthor no se quedaba atrás. Era, sin lugar a dudas, el enfrentamiento más feroz que se hubiera vivido en el reino de Oxel.
Tras momentos de tensión,  un alarido desgarró el aire. Uno de los combatientes cayó al suelo, exento de cualquier rastro de vida.  El ganador no sonrió, sino que abandonó el cuerpo sin vida de su adversario y se alejó del lugar.

17 de febrero de 2012

Felonía

El cielo había estado descargando agua con furia sobre las calles de la ciudad, una ciudad que había sufrido un apagón y cuya única iluminación era la sonrisa traviesa y perlada de la luna aquella heladora noche de Enero.
                Los callejones se habían convertido en un lugar peligroso para los pocos que aún vagaban por la calle, y la oscuridad escondía esos peligros en sus entrañas. La ciudad entera estaba envuelta en sombras, salvo algunos resquicios que se tornaban plateados bajo la hermosa luz de la luna.
A través de la niebla que empezaba a caer sobre el asfalto mojado, una joven caminaba con paso firme y sonoro sobre sus botas negras de tacón de aguja. El agua se escurría por su pelo liso y de color anaranjado, en contraste con su gabardina a juego con las botas. Esta prenda llegaba hasta por encima de las rodillas de la chica, dejando entrever una fracción de su nívea piel. Sus manos, zambullidas en los bolsillos del abrigo, salieron al exterior y se escondieron en su nuca; desabrocharon un colgante de plata y lo sostuvieron en el aire un segundo. Los hombros de la muchacha se sacudieron en un leve llanto y perlas delicadas y cristalinas rodaron por sus mejillas. Volvió a  meter las manos en los bolsillos tras enjugar las lágrimas. Enredado a los dedos de la mano derecha estaba el recuerdo del motivo de su tristeza.
- ¡Jackie! – gritó alguien a su espalda.
Ella alzó la cabeza, dejando entrever los círculos negros de maquillaje arrasado por lágrimas y agua que había en torno a sus ojos. El pelo se le pegaba a la cara y lo ahuecó con la mano izquierda para que cubriera un poco sus rasgos. Aceleró el paso sin mirar atrás. ¿Para qué mirar atrás? Ya sabía que lo que iba a oír serían más mentiras.
- ¡Vamos, Jackie! No hay luz en las calles, cae la niebla… ¡No puedes estar a la intemperie o…!
-¡¿O qué?! ¿Me resfriaré? ¿En serio crees que me importa lo más mínimo resfriarme cuando acabo de enterarme que mi mejor amiga se ha estado tirando al hombre con el que me iba a casar?
Jackie había frenado en seco y girado sobre sus talones, tan bruscamente que a la chica morena que la seguía corriendo no la dio tiempo a reaccionar. Ésta agachó la cabeza al oír las palabras de su amiga.  Jackie seguía observándola, impasible.
- Sigo sin poder creer que hayas sido capaz de hacerme algo así.
- Jackie yo…
El sonido de una bofetada inauguró de nuevo el silencio. La morena se llevó una mano a la mejilla dolorida mientras la pelirroja guardaba su arma en el bolsillo derecho, rebuscando algo.
- Lo sientes, ¿no? – rió, irónica. – Ya, claro…  No va a hacerme falta nunca más. Que os vaya bien a Sergio y a ti.
La chica de la gabardina arrojó el delicado colgante de plata al suelo. Se dio la vuelta y siguió caminando hasta desaparecer entre los jirones de niebla. Por su cara seguían resbalando perlas cristalinas, naciendo en sus ojos y muriendo en el suelo… al igual que todos los sueños de los que Sergio y Mónica se habían estado burlando.

16 de febrero de 2012

Os estaba esperando...

Las palabras son el medio de salida de nuestras emociones, de lo que nos da vida, de lo que nos cabrea, nos alegra, nos hace reír, lo que nos hace llorar. Son la mejor forma de permitir que los demás sepan quiénes somos, qué hacemos aquí, a qué hemos venido, sin pensamos quedarnos o a dónde vamos. Son una forma de dejar claro cuál es nuestro sitio, estemos o no en él. 
Mi pregunta es, queridos lectores, ¿cuál es vuestro lugar?

A partir de ahora, vamos a tratar de construir juntos un pequeño rincón donde encontrarnos con el mundo. Aquí vais a poder leer cada historia que ronda mi imaginación. Tal vez no sean dignas de ser premiadas en ninguna parte, tal vez no se sostengan, tal vez no tengan ningún sentido, o tal vez os encontréis a vosotros mismos entre las letras de cada entrada. 
Os propongo un trato: yo escribo y subo novedades de vez en cuando (trataré de ser constante), y vosotros me dejáis una opinión sincera. 
No es mucho pedir, creo yo.

Entonces... ¿Qué me dices? ¿Te animas? ;)