23 de febrero de 2012

No mires atrás

La autovía se dibujaba delante del coche mientras la lluvia caía sin tregua sobre el asfalto e inundaba la vía. Detrás de sí, el coche dejaba una estela de gotas de agua que se alzaban al aire e impactaban con el parabrisas del automóvil que le seguía.
Pequeñas perlas cristalinas resbalaban por mi ventanilla, a la par que las lágrimas rodaban por mi cara. No quería irme, definitivamente no quería, pero no tenía otro remedio.
Aquel lugar estaba repleto de recuerdos, demasiados como para poder ignorarles. A cada paso que daba por las calles de la ciudad, su rostro rondaba mi memoria, su voz resonaba en mis oídos y sus manos rozaban mi cuello.
Demasiado tiempo con ella, o tal vez demasiado poco. El caso es que cuando ella decidió acabar con lo nuestro, la ciudad se me echaba encima. Me sentía ahogado en cualquier lugar… Y es que allá donde iba, sus ojos, oscuros, penetrantes, voraces, apasionados, me vigilaban.
Cada banco del parque, cada farola de la plaza, cada andén de la estación de trenes, cada piedra de la orilla del río. Todo estaba impregnado por su aroma.
El aire estaba viciado por su risa, y la luz del Sol estaba eclipsada por su forma de caminar. En aquel lugar, aquél donde fui feliz toda la vida, ahora que ella no estaba a mi lado no podría sobrevivir ni una semana más.
Así que hice las maletas y me alejé de aquel pozo sin fondo. ¿Mi destino? Algún pueblecito del norte, de esos que están perdidos entre las montañas y desde los que puedes oler el mar cada mañana. No esperaba encontrar nada maravilloso, asombroso, despampanante. Sólo quería evadirme de lo que fue mi único motivo para sonreír, y que ahora me estaba devorando por dentro.



Quiero dejar constancia de que este relato es un fragmento que pertenece al comienzo de un relato de mayor extensión, inconcluso. Algún día lo publicaré en el blog, sed pacientes :)

No hay comentarios:

Publicar un comentario